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Indio Solari. Recuerdos que mienten un poco

El Indio Solari, al desnudo: las increíbles historias y las frases más polémicas de las memorias del mítico cantante de rockInfobae Cultura repasa lo más relevante de Recuerdos que mienten un poco, las memorias de la gran leyenda del rock argentino: su infancia, sus amigos, Los Redondos, la pelea con Skay y la “Negra” Poli, Walter Bulacio y su teoría sobre un complot durante su último recital en Olavarría, entre otros temas

La mirada del hombre que interpela desde la imagen de tapa no es cualquier mirada, ni la de cualquier hombre. Es el músico más popular y venerado de la historia del rock argentino, tal vez el más inspirado letrista de la cultura rock en español -la afirmación despertará adhesiones y retruques, todos respetables- y también el más misterioso y mentado. Como tal, decidió mostrarse en el crepúsculo de su vida (tiene 70 años y el mal de Parkinson como compañero no deseado) tal como quiere ser recordado. Carlos El Indio Solari, en compañía del escritor y periodista Marcelo Figueras -quien opera como sútil narrador apenas externo-, plasmó en 862 páginas su vida, obra y circunstancias. Indio Solari. Memorias. Recuerdos que mienten un poco es un monumental epitafio, y también un literario testamento. Excesivo y necesario para entender una de las personalidades más fascinantes y controversiales de la cultura popular argentina del siglo XX y lo que va del XXI.

“El público ha pretendido de mí cosas  que, si yo tuviese que reivindicar en un examen, probablemente no aprobaría”

Con semejante entrevistado dispuesto a contar lo que quiere y recuerda de lo que prefiere contar, el libro es un formidable compilado de frases que hacen las delicias de cualquier editor de redacción periodística. Hay cientos de títulos en las respuestas y pensamientos de este hombre que elige siempre mostrarse como alguien a quien le tocó en suerte el favor de una veneración incondicional por parte de millones de personas. "Yo tengo la suerte de que el público de Los Redondos haya proyectado sobre mí ciertas destrezas o aptitudes. Ha pretendido de mí cosas -con respecto a la honestidad, por ejemplo- que, si yo tuviese que reivindicar en un examen, probablemente no aprobaría. ¿Qué pruebas tienen? Son necesidades de la gente, que precisa de algún muñeco que se calce ese chaleco. La ventaja que tiene eso es que te da permiso para ser mejor. Cuando la gente te da ese permiso y no lo aprovechás, sos un boludo. No cuesta tanto ser honesto cuando hay tanta gente a favor de que lo seas".

El compendio de frases por el estilo, carne de titular inmediata, se acumulan y ocuparían por sí solas, cualquier intento de reseña. Para muestra, apenas un par de botones. "Siempre tuve amigos en el cielo y en el infierno. Del cielo me gusta el clima, nomás. Del infierno, la compañía". "Nunca me dio por la política convencional porque fui cínico desde chiquito". "Para un salame como yo, el escenario es el lugar más cómodo, más claro, más afín con la manera de mirar que he encontrado en mi vida. Si tengo que vanagloriarme de algo es el simple hecho de estar a la altura de la vida que me toca vivir. Esas son las ambiciones de uno, no el auto". "A esta altura, calculo que ya he hecho lo suficiente para quedar en el póster. Pero, por supuesto, cuando no están tratando de tapar todo lo incómodo que he sido". "Mis letras no son crípticas. Siempre reflejan la realidad, sólo que contada poéticamente, a través de un lenguaje rítmico". "No pertenezco al puto suelo de la miseria, pero sé de lo que hablo. He estado ahí".

 “Si tengo que vanagloriarme de algo es el simple hecho de estar a la altura de la vida que me toca vivir”

Históricamente elusivo a la exposición pública -aunque nunca, al menos hasta hace unos años, dejó de brindar entrevistas a los medios masivos, gráficos sobre todo, también radiales-, aquí Solari pide la palabra y bajo el paraguas protector de una kilométrica entrevista cuenta su historia. "Apenas mi versión respecto de la vida que me tocó en suerte", aclara en el Prefacio/Advertencia (una ambigüedad propia del personaje). "La memoria es lo que uno recuerda, sí, pero al mismo tiempo es lo que uno cree que recuerda, y además lo que dice que recuerda", desarrolla en uno de los párrafos que anticipan el viaje que está por comenzar. A partir de ahí comienza una línea de tiempo que conduce por la Patagonia -donde se conocieron sus padres-, sigue en Entre Ríos -allí se crió- y alterna entre Valeria del Mar y La Plata, allí cuando cobró forma el mito (hace muchos años, él apropiadamente acuño la figura de "la estampita" para definir el tipo de devoción que generan sus canciones) que habría de adquirir con el paso de los años, entre finales de la década de los 80 y principios de los 90, un tamaño gigantesco, casi casi inadmisible para un simple músico de rock, cantante de una banda llamada Patricio Rey y sus redonditos de Ricota. Los Redondos, para el habla popular.

A lo largo de un relato que descansa en su proverbial verba entre poética y académica, con guiños a un lunfardo callejero-rockero que él mismo ha contribuido a crear en su rol de extraordinario redactor de frases-sentencias (Violencia es mentir, Todo preso es político, Vamos las bandas, Mi único héroe en este lío y Nuestro amo juega al esclavo, por citar sólo algunas), el libro entrega precisiones sobre ciertas leyendas urbanas que su propio tamaño, superior al de la media de cualquier "artista" argentino contemporáneo, fue capaz de generar en vastos sectores de la población argentina, integrando diversos estratos generacionales y sociales. Abuelos, padres y nietos escucharon/escuchan la música de los Redondos, tanto como miembros de las clases alta, media, baja y bajísima. A todos les llega el hechizo de la obra de este señor que se define en un pasaje del libro como "un renegado de la clase media", aunque luego acepta tener "fascinación por los desposeídos. No paro de preguntarme cómo mierda hacen para seguir encontrando razones para estar vivos en esas condiciones".

Siempre guiado por una discreta intervención del entrevistador – Figueras antes que escritor, fue periodista de rock, de los más destacados, justamente en el tiempo en que los Redondos iniciaron su camino hacia la cúpula y las multitudes futboleras-, Solari da cuenta de sus obsesiones, pensamientos aleatorios sobre sus pasiones por la literatura de ciencia ficción y los beatniks, la pintura abstracta, el cine de autor de los 60 y 70 y claro, la cultura rock que es lo mismo decir que la cultura hippie, allí cuando el protagonista despuntaba a las experiencias psicodélicas, viajes en más de un sentido, y a su relación con un tiempo y un lugar que, evidentemente a juzgar por sus elocuentes descripciones, formatearon su figura artística. Un muchacho de clase media, con padres grandes y un hermano mayor de carrera militar (varias veces remarca eso de que su hermano hizo todo lo que sus padres pretendían de un hijo, lo que de alguna manera lo liberó de responsabilidades para con sus progenitores), que deambuló por variados colegios secundarios y terminó en una muy corta incursión por la Facultad de Derecho de La Plata. Lo suyo estaba para otra cosa.

En todo momento, Solari remarca que su experiencia psicodélica determinó aquello que habría de encantar a las masas. Y no habla solamente de drogas, que las hubo y en bastantes dosis -marihuana, cocaína, ácido lisérgico-, sino también de una forma elevada de traducir ese alimento intelectual que recibió de manera anárquica y autodidacta, en letras de canciones de rock que quedaron para siempre incrustadas en el inconsciente colectivo de multitudes de personas. En ese punto resulta interesante el contenido de los capítulos 2, 3, 4 y 5, cuando se retrotrae a sus primeras experiencias bohemias en La Plata y un período bastante loco vivido por cierta minoritaria banda de hippies en ciernes -muchos de ellos de alto poder adquisitivo, aunque no él como bien se encarga de remarcar en varios puntos del relato- entre la costa atlántica argentina por entonces despoblada y la mucho más relajada y hedonista cultura pop brasileña. En esa etapa de locura creativa se puede encontrar parte del encanto que rodea al mito luego construído. Por ahora, de todos los prominentes rockeros argentinos vivos y muertos, se saben sus experiencias al margen de ciertos usos y costumbres de la "sociedad", pero nunca hasta ahora se habían contado con tanto detalle.

Obviamente que el tema "Redondos" es tratado con detalle y también resulta interesante sumergirse en el por qué de canciones que ascendieron al altar de las grandes piezas de la cultura popular argentina contemporánea. Para los que lo busquen, hay morbo y un extenso desarrollo de su pelea con la pareja Skay-Poli (guitarrista y manager, parte mayoritaria del trío que lideró las acciones de un más que redituable emprendimiento musical entre 1978 y 2001 aproximadamente). Solari se declara decepcionado con sus otrora socios y ¿amigos?, les hace la cruz y expresa puntualmente cada uno de sus cuestionamientos. La custodia de unas grabaciones audiovisuales de recitales de la banda, fue el disparador de una discusión que derivó en disolución y, vaya a saber, futuros pleitos legales. Sin dejar de mencionar el dinero, la versión del cantante y principal compositor es que… Sin él nada hubiera sido posible, y que no esperaba la "traición" de quienes lo acompañaron en el viaje.

"De pronto me sorprendió que Poli estuviese ahí, dispuesta a hacerse cargo de la parte administrativa y burocrática de la banda, que tanto a Skay como a mí nos excedía. (Cosa de la que me arrepentí, con el tiempo)", detalla sobre el principio de las cosas. Más adelante, cuando llega el momento de los convulsos tiempos en que la banda se hizo tan grande que los excedió a ellos mismos, vuelve sobre los cuestionamientos y revuelve sobre viejos-actuales rencores. "Puedo discutir con amigos por motivos intelectuales, mil y una vez veces. No necesito que alguien piense igual que yo para seguir queriéndolo. Pero no puedo pasar por alto la mentira, hacer de cuenta de que no existió. La amistad debería ser a prueba de balas. Cuando yo quemo naves, quemo naves. Y ya no me importa un carajo lo que atesoré hasta ayer, aunque sea mío. Por eso nunca les hice juicio. Si quieren regalar ese material de video, hacerlo público, yo no me voy a oponer", dispara. Y remata, secamente: "Perdieron significación en mi vida. La conservan históricamente, pero nada más".

La otra parte del morbo alrededor de estas memorias pasaba por el espinoso tema de las muertes en sus shows, la de Walter Bulacio en plena época de crisis económica menemista y cuando el ascenso de los Redondos era imparable y ya les quedaba chico el estadio Obras, y las dos del fallido recital de Olavarría 2017, una causa que fue elevada a juicio y en donde fue desligado de toda responsabilidad penal por el ministerio fiscal. Sobre Bulacio y los cuestionamientos a su reacción frente a la muerte del pibe de Aldo Bonzi -él carga con el sanbenito de no "haberse hecho cargo" y no haber acompañado a la familia de la víctima-, sostiene la opinión que en su momento (1991) dio a conocer y revela sus actuales sensaciones. "No es algo que se va alegremente de uno. Como mínimo me acuerdo año tras año, cuando se acerca la fecha. Y en la proximidad de un show, porque siempre me ocupo que aparezca la foto de Walter en la pantalla, durante la espera. A mí me quedó una cosita, ahí. Uno piensa que, después de tantos años, podría dejar esa foto atrás. No sé si no sería hasta conveniente en algún sentido. Pero… Mucha gente habla sin saber. En mis conciertos, la foto de Walter aparece cuando cae el sol y está horas ahí, junto a la palabra "justicia". Y aún me dicen: No se acordó nunca más… El que no te acordas sos vos, boludo".

Del caótico y mastodóntico show en Olavarría -el último de su carrera, impresión ratificada de manera elocuente en este libro-, describe el contexto de agitación social y política que lo rodeó, y deja picando su teoría conspirativa. "Nadie me quita de la cabeza que esto fue algo político-mediático. Hay muchos detalles que mueven a la sospecha. El apagón de las luces al final, la policía que trababa las calles para que el público enfilase hacia una salida vallada y cerrada, los polis que tenían que estar ayudando pero estaban tomando mate detrás de un terraplén, la desaparición de todas las señalizaciones… Este no fue un quilombo accidental. Todo confluyó para que los medios se encarnizaran, como si yo fuese el asesino de un montón de gente".

Fascinantes y monumentales, estos "recuerdos que mienten un poco" no harán otra cosas que agigantar el tamaño del mito que precede al hombre que tiene Parkinson, siente la muerte cerca y pretende dejar testimonio de su vida y obra. "A veces me parece que lo mejor sería irse de acá sin levantar polvareda. Uno no debería competir nunca con el personaje, al menos mientras el personaje está vivo", le dice a Figueras en el tramo final del relato. Doblando el codo de su vida, igualmente se reserva el derecho de pensarse como alguien que pasó (pasa) por este mundo para dejar una huella intelectual. Nada de liviandades. Por eso una de sus últimas (inspiradas) sentencias. "No se confundan. Aun cansado y enfermo, yo no soy un artista dedicado al entretenimiento".

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