Maximiliano Vernazza

Cuando era un chico casi ciego jamás pensé que sería fotógrafo

Una vieja cámara. Fue la primera que hubo en su casa, de plástico, hecha en la Argentina. Aquí aparece subido a un viejo Chevrolet con una sonrisa algo desafiante frente al problema que logró vencer.
Una vieja cámara. Fue la primera que hubo en su casa, de plástico, hecha en la Argentina. Aquí aparece subido a un viejo Chevrolet con una sonrisa algo desafiante frente al problema que logró vencer.
Por Dani Yako Fotógrafo. Es Editor Jefe De Fotografía De Clarín.Ideología y destino. Nace en 1955 en una familia del Partido Comunista. Tiene graves problemas en la vista y el oftalmólogo del Partido equivoca radicalmente el tratamiento. ¿Cambiar de oftalmólogo es traicionar al P.C.? El debate se zanjó a favor de la visión y modificó el futuro de un chico que a los tres años, en vez de caminar, tropezaba.

La culpa la tuvo el Partido.

Luego de fantasear por años sobre mi ceguera infantil (siempre pensé que la razón era haber nacido prematuro y cianótico), ahora me entero que todo fue por un mal diagnóstico de FC, el oculista del Partido.

Porque todo, en nuestra infancia y entrada la adolescencia, tenía que ver con el Partido.

Los recuerdos de nuestros primeros años, ¿son propios o fruto de la mitología familiar?

En mi caso necesito la ayuda de los otros para recordar. Aunque hago un esfuerzo no logro conectarme físicamente con el pasado. Estos recuerdos entonces fueron reconstruidos con la ayuda de mi madre y de mi hermano.

A los dos años me operaron de un tumor benigno del ojo derecho: aún se puede ver la cicatriz.

Al mismo tiempo descubrieron cierto desequilibro en un electroencefalograma. No era epiléptico pero igual me recetaron las poderosas Gardenaletas. A los tres casi no caminaba, me tropezaba todo el tiempo: creían que era nervioso.
Usaba anteojos, pero básicamente para el estrabismo. El mal diagnóstico llevó a un mal tratamiento, mi vista empeoraba. Lozano, el pediatra de la familia, les dio un ultimátum a mis padres: ?o cambian de oftalmólogo o cambian de pediatra?. Al parecer esto produjo serias dudas en Gisela y Mario: ¿abandonar al médico del Partido no sería una traición a la causa del comunismo mundial? Por suerte, prevaleció el amor filial.

Tras varios meses de espera Lozano logró una cita con el Gran Oftalmólogo.

El Jefe nos recibe en una sala muy luminosa junto a sus colaboradores. El blanco de guardapolvos y paredes enceguece. Me estudia, me revisa una y otra vez, cero de agudez visual en el izquierdo y cuatro en el derecho dice, agarra mis anteojos y con gesto ampuloso y al grito de ?asesino? los estrella contra el piso. Mi madre, en un rincón, llora asustada. La escena logra su efecto: en adelante nos entregaremos en cuerpo y alma a Manzitti. FC era el pasado.

Mis ojos estaban deformados, el globo ocular no formaba imágenes, los primeros ejercicios fueron para que volvieran a su estado natural.

El futbol era mi pasión. Jugarlo y, a medias, verlo.

Papá me tiraba la pelota suavemente y decía ?pegale, sopeti?, pero no, mi vista en esos años no daba ni para darle a una número tres de colores, por más lenta que viniera.

Nací a dos cuadras de la cancha de All Boys, en la calle Gualeguaychú. De tierra, recién la pavimentaron cuando tenía once años. La cuadra era un potrero, tenía varios talleres de autos y algunas pequeñas fábricas de muebles. Pasábamos el tiempo libre en la vereda, jugando a las figuritas o a las bolitas. Cuando nos regalaron bicicletas íbamos con Jorge, sin que los viejos se enteraran, hasta el Manicomio (lo seguían llamando así aunque llevaba décadas demolido). Los partidos importantes se jugaban en Banderín, frente a la fábrica Georgalos: fútbol con aroma a Mantecol.

Hipermetropía y astigmatismo, palabras que resuenan en mis oídos desde que nací, pero que jamás indagué. Para llevarme todos los días al Hospital de Niños mis padres compraron un enorme Dodge 39 negro, tenía el volante a la derecha (sólo los autos fabricados luego de 1945 lo tuvieron a la izquierda).

El viejo jamás aprendió a manejar, así que mamá se hizo cargo. La imagen de ese armatoste avanzando por el empedrado, sin conductor a la vista (mi madre es más bien bajita) aún me persigue.

Esos años en el Hospital fueron cruciales. No querían cambiarme de grado así que sólo iba dos horas al colegio. A las once teníamos que estar en la Sala Negra, donde los aparatos más modernos, recién traídos de Alemania, me fueron reeducando la visión.

Cientos de horas tratando de juntar imágenes partidas... Igual al enfoque de las cámaras, que luego usaría como fotógrafo.

Tenía habilidad con las manos: con fósforos y cajitas de madera hacía casas, autos, barcos (Les Luthiers tiene un tema donde un tal Klaus Bundergen hace lo mismo, pero con palillos dentales, aprovechando incluso los restos de comida).

Como dije, el fútbol era mi única pasión.

Para jugarlo necesitaba anteojos y nadie quería hacerse cargo de los riesgos.

César, el óptico, ofreció hacerles un tratamiento de blindado: por lo menos, no se iban a astillar. Tenía cuatro pares, tres siempre estaban en el taller.

Cuatrochi, anteojito, cegati..., apodos con los que mis compañeros de primaria me torturaban amistosamente.

Un ciego atendía el kiosco en el hospital. Yo lo estudiaba con cierta admiración. Luego de varios meses de comprarle galletitas y algún caramelo, comento al pasar: ?Aunque no vea, puede ganarse la vida?. Una noche me descubren en mi cuarto a oscuras y con los ojos cerrados, buscando a tientas los muebles y mis cosas.

Deciden consultar a un psicólogo. Urgente, vamos a ver a Telma Reca, pionera argentina en psicología infantil. Nos recibe en el Clínicas y concluye: ?Este chico, lo último que necesita son más médicos?.

La Sala Negra quedaba camino a Radioterapia. A diario desfilaban frente a nosotros todas las enfermedades imaginables y sobre todo el cáncer; mamá aprendió a tejer para distraerse un poco ante tanto sufrimiento. Yo me sentía afortunado al poder volver a casa, jugar con mis hermanos, cenar en familia.

Nunca me quejaba, era paciente y perseverante.

Esa época coincide con el Conintes (Conmoción Interna del Estado), plan represivo del presidente Frondizi ante el creciente descontento popular. El Partido es ilegalizado y la familia entra en un estado de semiclandestinidad. Pocos deben conocer nuestra dirección y casi nadie nos visita, salvo cuando se convocan reuniones de dirigentes de la Fede.

Tras dos años de ejercicios a oscuras veía bastante mejor, estaba contento cuando me pasaron a la sala común a cargo del doctor Ciancia (hoy prócer de la medicina), ahí tenía que seguir y formar todo tipo de figuras en colores. No sabía que el próximo paso sería el oclusor. Aparato simple: te tapan un ojo para ejercitar el otro.

Qué desesperación cuando te dejan solo el malo para mirar..., el mundo volvió a convertirse en una sombra, por primera vez me sentía infeliz. Había dos modelos: uno de goma con sopapa que se adhería al lente; el otro, fijo, te lo pegaban a la piel y no podías sacártelo. Por suerte y gracias a mi responsabilidad, me pasaron al primero.

Mirar con un solo ojo es muy de fotógrafo.

Pasé de cuatrochi a pirata, un avance.

Busco fotos con oclusor en las cajas de la familia, no encuentro ninguna, y eso que lo usé varios años. La respuesta la da mi madre: ? Cómo íbamos a fotografiarte con eso ?.

Cuando Jorge entró al Nacional Buenos Aires, tuve que ir solo a la escuela. Tenía que caminar tres cuadras hasta la parada del 213 (hoy 53). Los míos creyeron que eso me daría más seguridad. Sin que lo supiéramos se formó una especie de cordón protector: el farmacéutico, el verdulero y varias vecinas me controlaban discretamente.

Mr Magoo era mi dibujito preferido.

Nuestra casa no era muy visual. Como familia judía progresista que se precie, amaban la literatura y la música (sobre todo Beethoven).

Para el cumpleaños de cuatro de Silvi, Jorge y yo le hicimos una pequeña película animada, con una técnica aprendida en el kinderclub.

Se ponía una vieja radiografía en lavandina hasta quedar transparente, se la cortaba a la medida de diapositivas 35mm (teníamos un proyector) y dibujábamos historias con tinta china de colores. La proyectamos con gran éxito en la fiesta. Los chicos tienen talento, dijeron los invitados.

La primera cámara que hubo en casa fue una Agfa Gevaert de plástico, hecha en Argentina. Era de mi hermano. La película se procesaba en la óptica de la calle Segurola, las copias venían con un coqueto troquelado. En una de las pocas que conservo estoy subido a un viejo Chevrolet en la puerta de casa.

Mi tío Dude había montado un rudimentario laboratorio en un tinglado del patio en la casa de los abuelos. Fue un intento de dejar de ser electricista y ganarse la vida como fotógrafo socialero. Las pocas veces que entré me sentí a gusto, era algo muy similar a la Sala Negra.

Nunca pensé que la fotografía pudiese ser una profesión. Las que más me gustaban aparecían en El Gráfico. Si River u All Boys ganaban, esperaba ansioso el lunes a la noche la llegada de la revista al kiosco. La vida de fotógrafos como Alfieri y Legarreta, viajando por el mundo y yendo todos los domingos a la cancha parecía genial.

Un año después de finalizado el tratamiento llegó una carta del Hospital de Niños (no teníamos teléfono). El Jefe quería vernos. La reunión fue breve: pedía autorización para llevar mi caso a un congreso en Chile.

Me consideraban su mayor éxito.

Había alcanzado, con lentes, nueve de visión en el derecho y casi seis en el izquierdo.

Estaba curado.

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