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Quién era el historietista argentino Juan Giménez, que murió por el coronavirus

Juan Giménez, mendocino dueño de un estilo único en el mundo de la historieta.Vivía en España y habría viajado a la Argentina ya contagiado. Se destacó en revista Fierro durante los años 80. La despedida de Juan Sasturain.

El historietista Juan Giménez había nacido en Mendoza en 1943, donde creció imitando los dibujos de los cómics que más le gustaban y en esa misma ciudad argentina murió por coronavirus ​después de haber vuelto desde Sitges, en la Costa catalana, donde, donde residía. Al igual que Quino​, el autor de Mafalda, Giménez es uno de los autores nacionales del género con mayor reconocimiento a nivel internacional, y eso gracias a una vasta obra publicada en buena parte en el extranjero que marcó un antes y un después en la historieta hispanoamericana.

Era el autor, por ejemplo, de las ilustraciones de obras de ciencia ficción como Estrella negra (1979) y La casta de los Metabarones (1992), dos de sus trabajos más populares y para los que había trabajado codo a codo con el guionista chileno Alejandro Jodorowsky: todas esas ficciones están ambientadas en mundos futuristas y post-apocalípticos.

Mientras que con el guionista Carlos Trillo, con quien también trabajó, firmó Basura para Zona 84, a mediados de los años 80. "Hay en Giménez un escenógrafo de inéditos pero verosímiles paisajes, un coreógrafo capaz de orquestar el movimiento intergaláctico con precisión de rayo láser, un tipo profundamente humano que sabe exprimir las expresiones de sus criaturas para hacer que el sufrimiento, el amor, el goce sean de una abrumadora y sinfónica profundidad", lo describió alguna vez el guionista, fallecido en 2011.

Jiménez -que en 1997 llegó a exponer en en el Centre Pompidou de París- había arribado al país el 16 de marzo, se presume que ya contagiado con coronavirus, y por el deterioro de su salud debió ser internado en terapia intensiva posteriores. En la noche del jueves, se convirtió en el tercer fallecido por Covid-19 en Mendoza y el número 37 en todo el país. 

 

La pandemia que tiene en vilo al mundo recuerda, paradójicamente, una suerte de pesadilla distópica cuyas dimensiones ni los mismos autores acaso hubiera llegado a "empardar" en sus relatos.  

El artista fue despedido por varios de sus colegas, tanto argentinos como del exterior, entre ellos Miguel Rep, quien compartió un mensaje con una de las ilustraciones que hizo el fallecido historietista. Ricardo Siri, conocido como Liniers, también posteó: "Esta enfermedad de mierda se llevó al maestro Juan Giménez". Mientras que el historietista argentino residente en España Horacio Altuna (autor de El loco Chavez) expresó: "Se nos fue Juan Giménez. Fue colega, maestro y amigo. Era único, inolvidable. Hasta siempre, Juan".

Giménez se había iniciado como historietista a los 16 años en importantes revistas de aventuras argentinas como Frontera, Misterix y Hora Cero, después de haber pasado años copiando los cómics que le gustaban, siempre relacionados con lo pulp. Su estilo, personalísimo, cautivó a sus seguidores y a no pocos colegas, que se propusieron imitarlo desde entonces. 

A principios de los años 60, Giménez abandonó el medio para trabajar en la publicidad, pero aseguraba que nunca había dejado de dibujar, y regresó de nuevo al cómic a mediados de los 70 con historias cortas para Skorpio, algunas de ellas recopiladas en el álbum El extraño juicio a Roy Ely.

​"Pero donde verdaderamente se curtió -destaca nada menos que el diario El País de España- fue en la redacción de la mítica revista gráfica Fierro, para la que no solo dibujaba sino también escribía, en los años 80. Para entonces, ya había empezado a publicar sus propios volúmenes siempre firmados por guionistas que entonces, como él, empezaban pero que acabarían teniendo un nombre en la historia de los historietistas de su país."  

Fue también durante la década de los 80 cuando se instaló en España, donde colaboró en las revistas de Toutain Editor 1984 y Comix Internacional con series como War III (1981), Ciudad (1982), Cuestión de tiempo (1982) o la ya mencionada La Estrella Negra (1983), que marcó un antes y un después en la forma en que el género concebía el futuro -hasta entonces casi siempre catastrófica-.

Al año siguiente lanzó Lem-Dart y Leo Roa, ambas con guiones propios, lo mismo que Cuarto Poder (1990), una saga publicada inicialmente en Francia.

Durante su trayectoria, Giménez fue también distinguido por muchas organizaciones internacionales especializadas: ese mismo año -1990- recibió el Yellow Kid al mejor dibujante extranjero, considerado el Oscar del género, mientras que cuatro años después fue premiado con el Bulle D’Or en Francia.

El recuerdo del escritor Juan Sasturain, director de la Biblioteca Nacional

Juan se bajó de la moto

Con Juan, un mendocino que no vivió nunca en Buenos Aires, nos conocimos a fines de los 80 en España. Tal vez me equivoque, pero creo que fue en Sitges, la playa cercana a Barcelona en la que se había instalado como pionero Horacio Altuna a principios de la década, y por la que pasaron varios de los amigos dibujantes que nos tocó tratar y admirar. Juan había vivido antes en Madrid –tal vez fue ahí que lo vi–, pero fueron vecinos con Horacio durante más de treinta años, si no me acuerdo mal. De todas maneras, él iba y venía en moto de un lado a otro, kilómetros y kilómetros con Silvia, su mujer, pegadita a sus espaldas. Un loco de las dos ruedas, Juan. Y de las máquinas en general: era lo que más le gustaba dibujar.

Precisamente comenzamos a admirar su pericia cuando hizo War III con los guiones del inagotable Ricardo Barreiro, obra maestra. Hacían una dupla rara con Ricardo: Juan era metódico y ordenado, casi maníaco; el querido Loco, un petardo. Y funcionaban –como las máquinas y las armas extrañas que inventaban- y se querían.

Cuando en la vieja Fierro -al poco tiempo de salir, a mediados de los ochenta-, hicimos un concurso, los jóvenes lectores lo votaron como mejor dibujante. Y ahí había pesos pesados como Muñoz, Mandrafina, Enrique Breccia, el mismo Horacio… Es que la ciencia ficción pegaba fuerte entonces y él ganaba ahí, era el mejor en ese registro. Lo jodíamos con que dibujaba siempre armas, aviones, gente con casco y guantes, que le rajaba a la dificultad de las orejas o las manos… Se reía, Juan: tenía un humor lindísimo, una risa abierta y contagiosa. Y dibujaba, y crecía, y nos hacía callar: un narrador excepcional.

Y un día el famoso Alejandro Jodorovsky -chileno universal, gurú internacional- lo eligió para ilustrar historias del tipo de las que hasta entonces había dibujado Moebius, el modelo absoluto; ahí Juan pasó a jugar lo que se dice en Primera y en colores. Y no se bajó más. Sin embargo, si nos dieran a elegir, muchos nos quedaríamos con el blanco limpito de Basura, que hizo con Carlos Trillo –la línea pura y minuciosa parece Alejandro Sirio, cita, juega, mete por ahí al muñeco de Michelín…-, o con alguna extraordinaria reversión de Ernie Pike que Oesterheld hubiera mandado a la tapa de Hora Cero. Seguro.

Dos más, que me acuerdo ahora. La primera vez que fui a Madrid, me llevó en moto al departamento del recluido y admirado Juan Carlos Onetti, circunstancias de una memorable humillación que he contado alguna vez. Y en ese mismo viaje vimos, en el cine, el estreno de Silverado, el western de Kasdam, con protagonistas en banda. Y lo disfrutamos, coincidíamos en el género. Tendría que fecharlo, eso.

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